La aparente ausencia de miedo no implica que los riesgos no existan. Los altos niveles alcanzados y mantenidos en los mercados son, sin duda, consecuencia de expectativas de estabilización y mejora, pero no olvidemos que la base de la confianza sigue estando en la intervención a través de planes de política monetaria y fiscal, en volúmenes nunca vistos hasta el momento, que dan soporte al conjunto del sistema. Aunque también distorsionan precios debido a sus procesos de implementación.
Esto no quiere decir que todo sirva o debiera servir.
El apoyo, la creación de puentes y más que nunca, las políticas fiscales son absolutamente necesarias, pero invertir en base a las consecuentes burbujas de liquidez que se crean por ellas, es, sin embargo, una actividad de riesgo.
La situación puede ser tan compleja como para que, en el momento en el que realmente podamos volver a un entorno de estabilidad, sin necesidad de asistencia continuada y, por tanto, de retirada de medidas, los mercados sufran fuertes descensos. La pregunta sería hasta qué punto la complacencia, basada en el soporte de la intervención, y la necesidad de inversión que apalanca el efecto de las medidas, explican los niveles alcanzados frente a los que tendríamos sin las mismas, o con una entradas y salidas mucho más flexibles y rápidas dependiendo de las necesidades concretas.
Lógicamente, han sido medidas excepcionales para épocas excepcionales y debemos ser sumamente agradecidos por el soporte que han supuesto y que suponen; hubiera sido imposible dar estabilidad sin ellas. Sin embargo, no debemos olvidarnos de los efectos colaterales que implican, especialmente las políticas monetarias. Si planteamos diferentes escenarios a corto y largo plazo, podemos ver como la retirada progresiva de planes de compra pueden determinar cambios bruscos. Por ejemplo, un avance significativo de la inflación en el corto plazo determinaría movimientos de curva y un rebalanceo del precio de los diferentes activos. Si la inflación implica una reducción de los programas de compra para poder contener la misma, el efecto en tipos sería difícil de controlar ante el elevado posicionamiento existente, suponiendo además un significativo aumento de los costes de refinanciación de los gobiernos, en un momento en que los niveles de apalancamiento sobre el PIB están, en muchos casos, en máximos.
Si el crecimiento no es suficiente para cubrir los efectos de un encarecimiento de la deuda, la situación también puede volverse más compleja pues determinaría un descuento en la valoración. Un aumento de tipos en el denominado activo libre de riesgo implica también un movimiento, más o menos paralelo, del crédito tanto de empresas como de familias. El escenario perfecto sería de crecimiento estable y suficiente, junto a una inflación limitada, para poder realizar una salida controlada de los programas de recompra, posiblemente manteniendo una buena parte de los mismos, sin tensionar la curva. La primera parte, la de apoyo, se ha conseguido de forma exitosa, esperemos que la segunda pueda hacerse de la misma forma, limitando los riesgos y mantenido la confianza en el sistema.
Respecto a las políticas fiscales, el principal riesgo es de implementación. La llegada de dinero a la nueva economía y el desarrollo de la misma debe de producirse en paralelo a la reestructuración del resto de sectores. Un exceso de dinero ligado al mantenimiento de actividades no productivas puede influir muy negativamente en el crecimiento conjunto y determinar un proceso de transición exageradamente lento. El cambio debe ser programado y realista, limitando los efectos negativos en la sociedad. Veremos que ocurre, esperemos que se consiga hacer adecuadamente, pero parece lógico pensar que los episodios de volatilidad seguirán produciéndose durante un largo periodo de tiempo. Pensemos en ello, los riesgos existen.
Publicado por ElConfidencial. Autor: Ángel Blanco - Senior Partner